Sesión Ciervo Blanco de ESCRITURA CREATIVA en Madrid:
1 Imagen 250 Palabras
[sections collapse=”always”] [section title=”Objetivo y Funcionamiento” tip=”Abre Para Ver Objetivos y Funcionamiento del Taller”]
El objetivo es escribir un relato original e inédito, de contenido y forma libres, basado en la fotografía presentada. Cada semana se ofrece una imagen distinta como disparador creativo.
El texto debe ser un relato breve de un máximo de 250 palabras. Esto es importante debido al tiempo; los textos que superen las 250 palabras no serán leídos en la sesión, ni podrán ser votados.
Durante las reuniones cada autor lee en voz alta su creación, se comentan las obras y al final del encuentro se vota al mejor texto. Los mejores relatos serán incluidos en el libro recopilatorio final. Es posible que pongamos en práctica durante la sesión un ejercicio de improvisación literaria basado en un disparador creativo diferente.
La asistencia es libre y gratuita. Es imprescindible escribir un relato basado en la imagen de un máximo de 250 palabras para poder acudir y participar.
[/section] [section title=”Información sobre evento” tip=”Abre Para Más Información Sobre Fecha, Hora, Lugar y Asistencia”]
Sesión de Escritura Creativa 150328
Cuándo: Sábado 28/03/15 a las 18:00
Dónde: Cicero Canary – C/ Altamirano, 16 – Argüelles, Madrid
Apúntate pulsando “Reservar“:
Lista de asistentes (incluyendo otras redes):
Adrián Díaz (CBO)
Dylaniana (MU)
Ita Ruiz (MU)
Liz Jolie (MU)
Mirinda (MU)
Mónica Mateo (CB)
Rocío (CB)
Sara (CB)
Abene (CB)
César Marino (CB)
Pedro (MU)
Pepe (CB)
Petra Bueno (CB)
R. (MU)
Ther (MU)
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[hr] [br]
[success]RELATOS PRESENTADOS [br] Relato Ganador: Mi abuelo y la mujer de la burra, de Petra Bueno [br] Finalistas: La catástrofe, de Esther Gu / 20 de abril de 2017, de Maena García[/success]
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[section title=”Petra Bueno: Mi abuelo y la mujer de la burra” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Mi abuelo y la mujer de la burra por Petra Bueno
[br]
Se llamaba Saturnino, era alto, y serio como los inviernos. De lunes a sábado labraba, y los domingos, fiel a la tradición que guiaba los días desde que el los conocía, se encaminaba al pueblo a beber, embutido en su camisa blanca y aquel chaleco oscuro, del que pendía un reloj que siempre me pareció cansado. Muchos años después lo encontré agazapado en un cajón, más relajado y feliz de lo que lo recordaba.
A ella la llamaban Sandalia. Un rubio nórdico hacía contraste con aquella piel cetrina, extraño tándem en tierras extremeñas, y absurdo trío junto a su inseparable burra. Jamás recuerdo verla sin su animal. Bajaba en cata de provisiones, emulando a los campesinos de rodillas hincadas que retratara Delibes, reducto de pasadas épocas. Era brutalmente fea y áspera como el terreno baldío, pero su imagen emanaba tanta fuerza que no dejaba ver otra cosa.
Parió una hija, rubia y dura como ella. Era de mi abuelo, siempre lo supe. Me lo decían sus oscuros ojos de hombre, cada vez que la veía por el pueblo y la desarmaba con la mirada.
Yo me escapaba a la finca, para verla desde la valla… allí estaba, con su cabello rubio y su alergia al heno, cargando agua o borregos. Jamás cruzamos palabra, nos mirábamos largos ratos, encadenando eternos segundos que a cualquier adulto le habrían hecho enrojecer. Crecimos y ella se marchó una lluviosa mañana de Marzo. Jamás logré olvidar su imagen.
[/section] [section title=”Ester Domínguez: La catástrofe” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
La catástrofe por Esther Domínguez
[br]- ¡No entres, Paula, ha habido una “catrástofe”! – chilló María a su niñera, en el momento en que ésta abría la puerta con intención de darle la merienda.
- ¿Qué ha pasado esta vez?
- ¡El sol se ha caído del cielo, ha matado a todos y sólo quedamos nosotras!
Paula se sonrió no sin cierta preocupación. Qué manía tenía la niña ésta con las catástrofes, cataclismos y muertes masivas. De un rápido vistazo a la habitación comprobó que todos los muñecos de María yacían en el suelo, con la cara atravesada por rayas de rotulador rojo: los estragos del astro rey al caer a la tierra. Bueno, al menos los efectos de la catástrofe no fueron tan devastadores como la tarde anterior, en que se había producido una nevada tan intensa e incomunicante que Paula empleó más de dos horas en limpiar bolitas de corcho blanco esparcidas por toda la habitación.
- ¡Vaya! –dijo tan sólo, evitando pisar una Barbie con el cuello dislocado. La verdad es que el cielo está muy gris; eso es que el sol se ha caído, sí…
- No he podido salvar a nadie –se lamentó María, haciendo un pucherito.
- Pero, ¿seguro que sólo quedamos nosotras? –dudó Paula al mirar por la ventana. Estoy viendo al corderito que nació el mes pasado pastando ahí fuera…
María pegó un brinco ante la feliz perspectiva de otro superviviente. Se colocó la mugrienta mascarilla que siempre llevaba consigo para evitar los gases tóxicos del exterior y salió a toda prisa para cumplir con su papel de heroína.
[/section][section title=”Maena García: 20 de abril de 2017” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
20 de abril de 2017 por Maena García Estrada
[br]
Último día. La misión por fin ha terminado. Después de tanto tiempo aquí, me impresiona comprobar que ya no queda ningún ser vivo, pero estoy satisfecho, lo hemos conseguido.
Llegué hace algo más de un siglo, cuando el sonido de su llanto nos estremeció y decidimos salir en su ayuda.
Ella los quería de verdad, los consideraba casi sus hijos porque los había cuidado desde que aparecieron. Por eso, no había sido capaz de destruirlos y aguantó todas las barbaridades que le hacían. Ellos siempre querían más, no les bastaba con todo lo que ella les daba. La trataban como si no estuviera viva, como si su salud no les incumbiera, como si no tuviera sentimientos y no pudiera llorar.
Desde que empezó la misión, hemos visto cómo ella les iba enviando pequeños avisos para que no continuaran haciéndole daño, pero nadie hizo caso. Tan listos que se creían y no entendieron que el cambio climático tenía un mensaje y que eso realmente no eran terremotos, sino que ella temblaba del miedo a que los humanos terminaran por matarla.
La bomba de neutrones incrementada que ellos mismos habían inventado ha terminado con sus vidas. Todo ha quedado intacto, pero las personas han desaparecido. Como sospechábamos, solo había que aumentar los efectos de la radiación con materiales cercanos que ampliaran la activación neutrónica.
La trasmutación en niña con oveja ha funcionado. Hemos pasado desapercibidos. Menos mal que ya veo llegar a la nave, pronto estaremos en casa; al fin terminamos con unos seres inconscientes que estaban matando a su propio planeta. Ahora la Tierra está a salvo y poco a poco va dejando de llorar. Espero que los próximos seres que la pueblen sean capaces de hacer que vuelva a sonreír.
[/section] [section title=”Anthony Oruna-Goriainoff: Fue el último sacrificio” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Fue el último sacrificio por Anthony Oruna-Goriainoff
[br]Fue el ultimo sacrificio. El que debería hacer que su madre volviera. El que no tenía fallo. Las luces rodearon a Susana y empezó la música. El viento dejó de soplar y ella comenzó la plegaria en voz baja. ‘Que vuelva. Os doy a Tina, la oveja que más quiero.’
De la nave empezó a caer la savia. Susana sintió que el pelo se le pegaba a la cabeza. Tina estaba quieta, respirando sin dificultad. Susana la dejó en el suelo y dio un paso atrás, rezando.
La savia envolvió al animal y comenzó a disolverlo. Susana no se inmutó. Era el sacrificio.
Su intento de cerrar los ojos consiguió que la música subiera de tono súbitamente. Sabía que era un aviso y miró al suelo. Tina era una masa agusanada de la que salía un poco de humo, como un suspiro.
La niña miró hacia arriba y el viento volvió. Dio unos pasos hacia adelante y pisó el ungüento sin notarlo. La nave dejó de emanar la salvia. Susana quiso usar la lluvia para quitársela de encima, pero la música volvió a tocar más fuerte. Otro aviso.
¿Dónde está? ¿La habéis traído?
La nave desapareció al primer tosido que salió de Susana. Se vio sola en el campo y sintió miedo. Antes de girar la cabeza aguantó la respiración. Vio a su padre volver a casa en el coche y corrió hacia él.
Desde la ventana de la sala una niña desnuda lo había visto todo.
[/section][section title=”Pepe: Los prados del cuervo muerto” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Los prados del cuervo muerto por Pepe
[br]
No es una queja sino un manifiesto: soy una incomprendida. Siempre lo he sido y así será hasta que mis huesos se blanqueen bajo tierra.
Los prados del cuervo muerto
Kentucky
Junio de 2004
12:45 PM
12º C
Me encamino hacia la planta procesadora de Hitch y asociados, donde me pagan un salario más que decente por el estudio de los últimos avances en los mercados agrícolas y de la alimentación: alimentos precocinados, conservas vegetales, nuevos productos biosaludables y un largo etcétera. Un buen trabajo que no me interesa para nada.
Ustedes supondrán que llevo en mi regazo un tierno corderito para salvarlo de los agentes bacteriológicos, contaminantes radioactivos, nubes tóxicas, qué sé yo…… de cualquiera de las muchas barbaridades que los humanos de comienzos de siglo solemos infringir al medio ambiente. En fin, ese tipo de cosas. Pués se equivocan.
También supondrán que llevo el rostro protegido por una mascarilla para librarme de los efectos de la radioactividad, del ántrax, o de los gases tóxicos. Supondrán, igualmente, que mi mirada se dirige al cielo para evaluar el alcance del desastre. Continúan en el error.
No y no. Yo ni salvo corderitos ni los llevo a ningún laboratorio perverso. Llevo la mascarilla por el olor del abono que invade los campos de cultivo de Hitch y asociados, y el destino del corderito no es otro que una bandeja. Le unto con manteca y sal, y meto la bandeja en el horno de leña: a 200º C. Acompañar con ensalada de lechuga y cebolla y servir.
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[section title=”Pepe: Hitch y asociados” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Hitch y asociados por Pepe
[br]
Estas tierras formaban parte de una extensa pradera que se extendía de norte a sur. Desde los alrededores de la ciudad de Lexington, hasta unirse con los bosques de Pisgaw. Aquí, los cherokees dejaban sus poblados de tippis al mando de las mujeres, y emprendían fatigosas jornadas cabalgando tras las manadas de bisontes. Hoy es una zona depauperada donde no queda ni rastro de aquellos bosques y praderas. Estas tierras son hoy propiedad de Hitch y asociados, establecidos en Irvine, capital de la comarca, y único pueblo con sheriff en cien kilómetros a la redonda. Hitch y asociados tienen aquí sus factorías petroquímicas.
Así como los empleados de Hitch y asociados solo piensan en cómo ponerse ciegos el día de cobro, sus propietarios solo se interesan por los suculentos dividendos. Algún día, Hitch, sus asociados y los palurdos habitantes de Irvine, se verán cubiertos de una nube plomiza que acabará con todos ellos. Es solo cuestión de tiempo.
Jesús, sofocado, entró al despacho del Padre.
—¿Es cierto lo que me han contado? ¿Vas a acabar con toda esa pobre gente?
—Esa pobre gente, dices… ¿Esa pobre gente que está matando cualquier cosa viva en su territorio? No merecen vivir. Han malgastado sus oportunidades.
—Haz que un rayo caiga sobre las cabezas de los magnates, de los especuladores, de tantos y tantos desalmados. Sobre toda su descendencia, si esa es tu soberana voluntad. Pero antes deberías ver esta fotografía: mira sus ojos, mira sus manos. Es la hija pequeña de Hitch.
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[section title=”Pedro Alcoba: Los que se quedan atrás” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Los que se quedan atrás por Pedro Alcoba
[br]
Dicen que en una emergencia los que leemos no nos desenvolvemos especialmente bien. La nube de gas tóxico tenía un radio de acción de 5 kilómetros, dijeron por radio y televisión. Marcial y yo habíamos salido corriendo de nuestras granjas. Alguien podía estar a punto de morir si era cierto. Cuando escapábamos, en ese típico momento en que te juegas la vida, mi vecino Marcial me empujó por detrás para coger el único vehículo de la zona sin atender a los gritos de mi mujer. El gas se extendía rápidamente y teníamos el tiempo justo. Cuando yo ayudaba a mi mujer que había caído, mi hija Clara se me había escapado para recoger una cría de oveja. Marcial era de decisiones más rápidas; sabía cuándo actuar y ahora estaba dentro del coche. Había salido de casa antes que yo, había empujado a su único amigo para coger el único coche disponible. Aunque el gas tóxico mata por inhalación y no por contacto. ¿Entiendes Marcial?, antes de subir a él y prepararte para huir, deberías saber que el primer paso del manual era ponerse la mascarilla. Mi vecino me contempla con su rostro sin vida agarrado al volante de un coche sin gasolina. Tras él Clara, protegida por la mascarilla, se acerca con la oveja en brazos mientras mi mujer deja de gritar.
A veces es mejor leer algo, Marcial, aunque sea el manual de instrucciones, que estar viendo la tele todo el día.
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[section title=”Iratxe Uribelarrea: El resultado” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
El resultado por Iratxe Uribelarrea de Tejada
[br]
En ese instante todo en su vida quedó arrasado, solo sentía frío, estaba sola y buscó la fuerza con desesperación mirando al cielo, como si allí se encontraran las respuestas, solo pensó en sobrevivir y se aferró a aquello que tenía más a mano, lo demás no tenía importancia. Su instinto le decía lo que tenía que hacer, sobrevivir.
No podía detenerse, tenía que actuar, y así lo hizo. No se dejó vencer por las circunstancias que le tocaron vivir y aprovechó cada oportunidad que le dio la vida por muy pequeña que fuera. Aquel golpe fue tan duro que se llevó su inocencia, su infancia, su niñez, pero también su cobardía. Ese acontecimiento la marcaría para siempre, e iría siempre con ella sin remedio.
Con el paso del tiempo, poco a poco, las sensaciones vividas fueron quedando cada vez más lejanas, lo curioso para ella fue ir comprobando de qué manera aquello le recordaría de lo que era capaz, reponiéndose una y otra vez a los retos que se le planteaban. Aquello le proporcionó una sabiduría para distinguir lo que era importante y lo que no y una experiencia a la que volver como recuerdo, aunque fuera ya lejano, y saber quién era.
Ella era el resultado de todo lo vivido pero también de lo que ella había decidido que representaran esas experiencias, ella se había quedado con lo que era útil para tener una buena vida.
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[section title=”Rocío López: Zap’yasti” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Zap’yasti por Rocío López de Diego
[br]
No quiero ir al colegio, papá me necesita y puedo ayudarle.
Mira mamá, sé llevar el corderito, no le hago daño.
A duras penas le he podido explicar cómo es que la mitad de sus amiguitos no van al colegio. No nos evacuaron y luego ya no quisiste, podíamos habernos ido.
Mujer lo hecho, hecho está. No te pongas triste. Has oído las noticias: “La comisión del gobierno para el área afectada por el suceso de Chernóbil aprobará, en breve, la alimentación con productos de la zona”
Y, ¿lo crees? Sólo la niña está contenta sabiendo que no vamos ni a vender ni a comernos el corderito.
Se tocó el pecho involuntariamente, no le había contado a su marido que se notaba un bulto en su seno izquierdo, y él aún no se había dado cuenta.
Mami, ¿mañana puedo quedarme en casa?
Mmmm, sí cariño, te quedas con papá y así le ayudas.
El hombre lo oyó y sonrió, aún no le había dicho a su mujer lo de sus jaquecas; sólo la cercanía de su muñeca conseguía calmarle.
Ven zapyast’ye*, ven con papá, vamos a dar de comer al corderito.
La niña no dejaba de mirarle y si no hubiera sido por la mascarilla, habríamos visto su preciosa sonrisa.
* Zap’yasti: [zapiestí] muñeca en ucraniano.
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[section title=”Raúl Ballega: Nian” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Nian por Raúl Ballega
[br]
– “ No te preocupes Nian, yo voy a estar contigo, yo voy a cuidarte. Vamos a buscar una mascarita para ti. También voy a buscar unas gafas oscuras para que no puedas ver a los dormidos.”
– “ Beeee”
– “ Siiii, yo también tengo hambre, pero tenemos que buscar como nos contó el señor Orochimaru. Dijo que sólo podíamos coger comida que esté en bolsas cerradas o en botes, y el agua en botella”.
Recuerdo aquellos momentos entre tiernos y terroríficamente silenciosos y ocuparme aquella mañana de Nian me ayudó a olvidar lo que la realidad nos había impuesto.
Era un mundo fantasma. Frutos por doquier caídos del árbol de la soberbia, de la ira, y del orgullo… Un dedo, un botón, un frasco,…que más daba entonces el disparador… Mis hermanitos yacieron al principio de la torre del mercado y fue como si no los conociese… ¿Quiénes eran aquellos durmientes ? No podían ser mi familia.
– “Vamos a seguir buscando Nian “
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[section title=”Adrián Díaz: Con lo que uno ha sido” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Con lo que uno ha sido por Adrián Díaz Mantecón
[br]
Yo, que fui rey de reyes en las alturas de las montañas de Eusonda, y lideré a mi pueblo durante las hambrunas de la quinta era.
Yo, que he sido albatros de largas alas sobre las praderas de Almén, donde una vez vislumbré la gloria y caída de millares de mortales.
Yo, que en mi séptima reencarnación fui venerado por las divas sagradas de Uri convertido en juglar, y viajé más allá de las murallas azules del corazón de Oriona, la ciudad neutra, hasta perderme en los bosques prohibidos de los que nunca salí.
Yo, que durante varios lustros combatí en la guerra eterna por el control del Cáliz Oscuro tal y como citan los escritos de Marende-Den, y orgulloso y fuerte rasgué las gargantas de fieros adversarios que temían mi espada hasta la ataraxia.
Yo, que fui vulnerable pero libre en lo lagos de cristal de Pianía.
Yo, que en mi primera vida conocí el amor del ser más bello que el universo haya creado, y lo perdiera, y renaciera del dolor de su muerte con un corazón tan vivo que nunca más pudo volver a ser maleado ni arañado.
Yo, que escribí los diez renglones que hoy se preservan en las catacumbas de los Emperadores de Ahionda, en el mundo de Vel.
Yo, qué putada, ahora en esta vida soy oveja en manos de una niña medio boba que juega a ponerse máscaras chungas, maldita sea, y me paso las horas muertas en Cuenca, más allá del Tajo, balando a los carneros. Pa’ lo que hemos queda’o, con lo que uno ha sido.
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[warning]Siempre puedes escribir tu relato y enviárnoslo, aunque no estuvieses en la sesión, para que sea leído e incluido en el libro recopilatorio: contacta.[/warning]
¿Cómo subo mi relato?
Puedes enviarlo por correo o desde el formulario de contacto, en el area de miembros.
Enviado, gracias.
Aunque no me da tiempo a acudir
Este sábado me es imposible. Y la propuesta me seduce muchísimo. Haréis mas convocatorias?
Hay sesiones de escritura creativa todas las semanas: https://ciervoblanco.club/category/escritura-creativa/
Una lástima no poder asistir este día. Estoy fuera de Madrid. Que lo disfrutéis.
Idem: me echo al monte. Pasarlo güay.