Taller Ciervo Blanco de ESCRITURA CREATIVA en Madrid:
La Playa: 1 Imagen 300 Palabras
Taller de escritura creativa Ciervo Blanco: La Playa
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[section title=”Objetivo y Funcionamiento” tip=”Abre Para Ver Objetivos y Funcionamiento del Taller”]
- Piensa una idea para un relato inspirándote en la fotografía presentada
- Escribe un cuento de hasta 300 palabras basado en la imagen
- Mándalo a escritores@ciervoblanco.club
- Acude a nuestro encuentro en el lugar y la hora indicados (sábado 2 de abril)
- Dos actrices de doblaje interpretarán los textos participantes y podremos comentar las impresiones que nos deja cada historia
- Tras la lectura, votaremos los mejores relatos y los ganadores recibirán un pequeño premio
- Como ejercicio de improvisación, si da tiempo, escribiremos sobre la marcha un microrrelato (aprox. 100 palabras) en base a otro disparador creativo.
Dudas existenciales: +34 619 50 55 19
Sesión de Escritura Creativa: Taller Literario Ciervo Blanco: La Playa
Cuándo: Sábado 02/04/16 a las 17:00
Dónde: Residencia de Estudiantes – C/ Pinar, 21-23 – Madrid (Gregorio Marañón)
Organizadores: José Cruz & Eva Pérez
[section title=”Dónde encontrarnos” tip=”Social networks”]
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Escritura creativa: La Playa
[hr] [br]
[success]GANADOR: Por definir [br] FINALISTAS: Por definir[/success]
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[section title=”Yolanda Pérez Pérez – Desde mi hamaca” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Yolanda Pérez Pérez – Desde mi hamaca
[br]
Desde mi hamaca, mi pequeño observatorio particular, y como si de una película se tratase, me paso las horas contemplando el panorama. La playa, un lugar de contrastes:
– auditivo, pasamos del sonido relajante de las olas que acarician la orilla en un vaivén continuo al griterío del tumulto que se va agolpando poco a poco a partir del medio día
– visual, pasamos de la serenidad del azul esmeralda espumoso al más puro festival de colores
– olfativo, pasamos de la respiración pausada, acompasada con ese aroma a salitre en polvo al caos de fragancias que mezclan el más fétido de los sudores con el aroma más exquisito de Chanel número 5.
– gustativo, pasamos del sabor a miel y limón frente al amargo o dulce según la cuchara con la que se saboree.
-táctil,pasamos de la brisa marina que acaricia los cuerpos al amanecer a la bofetada de calor que trasgrede la estrecha frontera entre el placer y la incomodidad.
Y no sólo puedo percibir contrastes sensitivos, sino también los anímicos, esas mentes maravillosas que buscan en la playa distintos tesoros escondidos. Los hay que solo desean disfrutar de un momento de relax y placer, aquellos que la ven como vía de escape o simplemente un medio que les permite gestionar las vacaciones familiares.
Cuando llega el final, todo cambia. Es en ese momento cuando ese elenco de contrastes se unifica en un único pensamiento:¿volveremos el próximo verano?
[/section][section title=”Hilario Gutiérrez – Lectores” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Hilario Gutiérrez – Lectores
[br]
La mujer de negro lee abstraída un libro ilustrado sentada al borde del mar. Una ola llega hasta sus pies y se los arrebata sin sentir llevándoselos hacia dentro del estómago infinito del océano. Otra devora sus piernas hasta los muslos. La siguiente diluye todo el tronco. Quedan sobre la arena unos brazos que sujetan un libro y una cabeza absorta en la lectura. Un golpe de espuma, como ácido sulfurico, los disuelve.
Por la tarde un paseante cruza la playa orillando la propia orilla. Encuentra un libro sobre la arena abierto por la página ilustrada con una mujer de negro que lee. Se sienta sobre la arena y deja que las olas mezcan su propia lectura acariciándole los pies.
[/section][section title=”Fco. Javier Oliva Gil – Cuatro letras” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Fco. Javier Oliva Gil – Cuatro letras
[br]
Ahí estaba ella, tranquila, esperando el atardecer en la playa como a quien le sobrara el tiempo. Yo la observaba a sus espaldas, tumbado boca abajo y con los ojos entrecerrados. No tenía miedo a ser descubierto. Cualquier movimiento que ella hiciera sería más lento que mi intención de simular un sueño profundo. Pero perdía cuidado porque parecía abstraída.
Con mi mejilla apoyada sobre la arena me di cuenta de que, en realidad, temía a aquella mujer. Si al final acababa por descubrirme le confesaría mi curiosidad. Le diría que todo había comenzado aquella misma tarde, junto a su apartamento, cuando desde mi hamaca escuché las palabras que vertió sobre su marido sin previo aviso. Le explicaría cómo atrajo mi atención aquel preámbulo escueto y seco anunciándole a bocajarro que ya no le quería, que después de veinte años de matrimonio se había dado cuenta de que le quedaba suficiente vida por delante como para desperdiciarla estando juntos. Es cierto que luego le reconoció sus méritos, y detalló lo bueno que había sido con ella, sus agasajos, sacrificios y caricias, su pasión y su respeto. No podía por menos que estarle agradecida y sentir cariño, incluso amor, pero no un amor puro, ni siquiera añejo, sino amor a secas, apenas cuatro letras. Concluyó su argumentación sentenciando su ruptura. Lo hacía por él, pero sobre todo por ella, por volver a sentirse mujer.
Después, tomo su toalla y caminó hacia la playa sin esperar contrarréplica alguna, sin despedirse, sin nada. Y yo no pude por menos que seguirla. Había descubierto por fin que el ser humano tenía alma hasta que otro se la llevaba, una especie de muerte descalza que, después de pasar la guadaña, tenía el suficiente cuajo como para esperar leyendo tranquilamente a los siguientes que iba a desalmar.
[/section][section title=”Pilar Fominaya – Durante un tiempo” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Pilar Fominaya – Durante un tiempo
[br]
Durante un tiempo intenté hablar conmigo pero no me escuchaba, algo fallaba. No estaba bien, la vida me superaba.
Decidí marcharme a la playa con un libro, me disponía a leer… levanté los ojos para mirar el mar, estaba muy bravo, me encantaba verlo.
Me puse a pensar en lo que me pasaba, pero de nuevo mi cabeza se negaba a contestarme.
De pronto, escuché, entre el rugir de las olas, que alguien me inquiría:
– ¿Qué te pasa?
Miré, no vi a nadie, me quede observando incrédula, paralizada y decidí contar mi problema a voces, pensando que era yo misma, la que me preguntaba.
– ¿Qué necesitas? – Me volvió a preguntar.
Necesito protección, libertad emocional, tener al miedo como aliado, no como enemigo, dejar de buscar la inmediatez, dejar de vivir esperando la aprobación de los demás, necesito sacar de mi cabeza el yunque de responsabilidad que me pesa tanto….
– Acércate – me dijo – adéntrate en el agua.
– No – respondí asustada -, tengo frío, y además no sé nadar muy bien.
– No te preOcupes, simplemente aproxímate.
Totalmente confiada me adentré, con precaución, pero sin miedo.
Permití que una fuerte ola rompiese en mi frente y demoliese el yunque que me oprimía.
Dejé que el agua fría golpease mi corazón y me ayudase a liberarme de emociones insanas.
Al espacio tan grande que me observaba, no le consentí que me reprobase.
De pronto sentí un protector abrazo frío y cálido a la vez.
Repentinamente me vi tumbada, cubierta de arena, con la ropa seca, el libro abierto por el primer capítulo en el cual ponía con letras mayúsculas: SOSIEGO.
Entonces sonriendo pensé: Me he quedado dormida, sin embargo, sentí mi pelo mojado.
Aun siendo noche otoñal cerrada, el mar agitado brillaba con un color impreciso.
Con soltura, pregunté:
– ¿Puedo volver?
– Te espero -, me respondió.
[section title=”Julia Villalba – El guardián de mi memoria” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Julia Villalba – El guardián de mi memoria
[br]
Nos conocimos en un mes de agosto. Pasaba las vacaciones con mis padres, teníamos una casita heredada en San Pedro de Alcántara. Todos los años esperábamos con deseo el mes de agosto.
La playa, todo aquello era tan bonito, tan apacible, no hubiera deseado otro lugar en el mundo.
Éramos amigos, tus padres tenían una pensión en el pueblo, bueno, más bien tu madre, tu padre era pescador.
Tú esperabas con devoción mi llegada a San Pedro (Eso me lo confesaste después). Yo no te miraba como tú a mi, pero te miraba. Año tras año, agosto tras agosto. En el año 70 y… (no me acuerdo, tengo una memoria pésima) dejé de ir. Mi mundo había evolucionado hacia otros lugares. Hicimos un intercambio con unos amigos. Su hija fue con mis padres a San Pedro, y yo con los suyos a París.
Al año siguiente, cuando me viste, me miraste de tal forma que una gran ternura se apoderó de mi. Me confesaste todas tus emociones más íntimas, todos tus anhelos, todos tus sueños, en los cuales, yo era el motor. Era abrumador, era demasiada información en una solo ráfaga.
No te desanimaste. Al año siguiente estabas dispuesto a mudarte a mi ciudad. Solo te importaba yo. Y así, año tras año fuiste entrando en mi, suave, como yo quería. Sigues poniéndome esos ojos y yo sigo sintiendo esa ternura.
Pero ahora ya no eres el guardián de mi memoria, ya no me recuerdas las cosas, ya no oigo “¿Dónde tienes la cabeza? Si no fuera por mi…”
Tantos años siendo mi memoria y yo tu adorada olvidadiza, que me cuesta el cambio.
Poco a poco has ido olvidando lo mío y yo recordándote lo tuyo.
Esa mirada que me causaba tanta ternura se ha ido. Pero yo te recuerdo, recordaré tu mirada y recordaré tu dulzura.
[/section][section title=”Lorena – La Playa” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Lorena – La Playa
[br]
A pesar de sus esfuerzos para parecer neutral, como debe ser todo buen psiquiatra, aquello captó su atención. Lo noté en la expresión de su cara, que cambió casi imperceptiblemente por una milésima de segundo cuando mencioné mis sueños sobre el mar. La mayoría de las personas no lo hubiera notado pero yo no soy la mayoría de las personas. Yo soy yo. El que pasó horas y horas de su infancia mirando a la mujer que leía.
No sabría decir cuántas horas, casi todos los veranos que pasé en el pueblo de mis padres. Mientras los demás niños jugaban y se bañaban, yo simplemente fingía hacer un castillo de arena mientras la miraba. Ella se sentaba con su libro y leía. Y yo la observaba e intentaba imaginar la historia que la mantenía así, aislada de todo lo demás. Aprendí a interpretar cada gesto, cada pequeño cambio de postura, cada ligero estremecimiento. Y todos esos detalles aparentemente sin importancia me ayudaban a construir en mi imaginación la historia que ella, suponía yo, estaba leyendo en su libro.
Por eso yo detecto lo que otros no detectan. Por eso yo padezco esta enfermiza obsesión por observar a los demás. Por eso mi imaginación construye de la nada la información que me falta para comprender el mundo.
Por eso, escriba o no escriba, soy escritor.
Todo empezó allí, con la mujer que leía, y allí regresa cada noche, cuando sueño que me ahogo en el mar y me despierto sin aire y sólo puedo calmarme imaginando historias.
[section title=”Antonio Burgüeño Muñoz – La traición” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Antonio Burgüeño Muñoz – La traición
[br]
Abres la puerta de la playa y oyes un sonido extraño tras las olas cerradas. Las olas cerradas. Tú estás segura de haberlas dejado abiertas al salir hacia el trabajo esta mañana. Cada día la misma rutina te asegura que la taza del desayuno debería estar sobre la arena, el cielo vuelto sobre sí en pliegues que despejan la ventana, el silencio, quieto sobre el esmalte de la piel marina, como depositado al descuido, caído, casi.
Has vuelto antes de lo habitual. Al introducir tu bañador en la cerradura de la orilla del mar, un estremecimiento de tu cuerpo desnudo ha susurrado a tu oído que no deberías haber regresado tan pronto, que mejor habría sido que no vinieras, que te hubieras quedado en la calle, dando un paseo, yendo al parque a sentarte en un banco frente a la arena en que juegan los niños. Que mejor no habrías venido.
No quieres saber que él está al otro lado. No quieres saber que, si no puedes verlo, es porque él ha cerrado la marea contra el quicio de la tarde rojiza que tú dejaste abierta. Ni quieres identificar el ruido de placer y olas que empapa la bruma.
Que ojalá no hubieras vuelto, no te hubieras sentado.
Pero es tarde ya para eso, porque ya has oído ese sonido que precede a la muerte.
[/section][section title=”Deiu – De profundis” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Deiu – De profundis
[br]
A veces, cuando te escribo, (antes de serte y después de eras), mi desgarrador anhelo se hace grito de todo lo demás que llegó a ser sustancia del espacio integrado en incomprensibles formas de cantares y cantares. …….
Recuerdo las trémulas e insaciables luces que extenuaban nuestros estados de azares, para quedarnos, luego, tan incompletos y tan llenos del sonido universal de los orígenes, como suprema razón demolida de toda palabra que se iba e iba gestando……
Pensábamos en los rebaños de lunas y colores que velaban nuestro sueño.
A su vez, otras lunas, nos pensaban y habitaban en cosmogonías de caminos, ritos y de tiempos.
Los yugos se amaban entre Logos, Pathos, Ethos. ….
No sé quién soy, por qué partí… a veces te olvido, o quizás ahora… pero me retuerzo y te llamo con el vértigo de lo inquebrantable, orgiástico, insoportable….No puedo comenzarte sin relativizarte, sin tenerte, sin dejarte…
Miro mi vientre, el mar, o quizás tus ojos…
…..Mi alma primitiva diría que, en realidad, (si existe una realidad), los mares me miran a través de sus memorias hasta el fin de vientos, donde pianos dan a luz a otros pianos y serafines saben que, en dimensiones, también fueron.
A lo lejos, los céfiros apagan faros, como intermitencias de calma invocada y renegada por el dolor iniciático de músicas transformadas en leyes, mitos e instantes.
Las olas me columpian como vueltas, en las letras, en el todo de la nada, en humanidades que se mecen como cuentos de los mundos y alas de naturalezas y consciencias.
Había una vez…………
[section title=”Eva Pérez Rodríguez – Vamos, baja, atolondrada” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Eva Pérez Rodríguez – Vamos, baja, atolondrada
[br]
– ¡Vamos, baja, atolondrada!
El olor a pescado mezclado con güisqui barato inundó la cocina.
– ¡Muévete!
Bajé la escalera con resignación y con gesto de autómata programado a base de años de repetición, saqué el cesto de la ropa sucia de una esquina.
– ¡Toma! –dijo Boris, “el araña”, dejando caer una bolsa con droga dentro-, ya sabes dónde llevarlo.
Cada quince días repetía aquel macabro ritual. Me obligaba a echar aquella droga en el lago y tras diseminarse hasta el pez más tranquilo se tornaba una piraña desquiciada. Una vez me negué a seguirle la corriente y Boris me dio tal paliza que perdí la visión de mi ojo derecho.
Cuando los animales enloquecían cerraban el lago y todos le compraban el pescado a él. Así se hacía rico ese desalmado.
Una mañana, Boris llegó arrastrando sus pasos de borracho hasta la casa. La noche anterior se había divertido golpeando a un perro que solía hacerme compañía. Le había dado con un palo hasta cansarse.
– ¡Noelia, baja aquí o perderás algo más que un ojo!
Inexplicablemente, nadie respondió.
Sobre la mesa de la cocina un periódico se agitaba con el viento. En la portada la noticia de un senderista muerto por el ataque de un zorro. Normalmente, esos animales sólo cazaban ratones aunque también se alimentaban de pescado.
– ¡Muévete, inútil!
Pero yo había abandonado la casa.
No sin antes darle un poco de agua contaminada al perro. No sin antes asegurarme de que se encontraran.
Cogí un libro, cerré la puerta y bajé a leer a la playa.
Al cabo de un rato comenzaron las sirenas. Y aunque su canto no venía del mar, para mí fue lo más dulce que había escuchado pues supe que sería la última canción que iba a oír Boris, “el araña”.
[/section][section title=”Miguel Ángel Sánz Burgueño – Por dónde empiezo” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Miguel Ángel Sánz Burgueño – Por dónde empiezo
[br]
1. El Escritor se estruja los sesos frente la pantalla del ordenador. Entonces, como surgida de la nada, o usurpada de algún sitio, una idea desencadena una sucesión de gestos en su rostro: primero sorpresa, luego excitación, y, finalmente, ansias por escribir. Empieza a teclear compulsivamente. Al terminar, se queda mirando la palabra “FIN”.
Aparecen las letras de crédito y se encienden las luces del cine. Más tarde, en el restaurante, la pareja debate sobre la película. Después se despiden y cada uno se marcha por su lado.
2. La Lectora levanta los ojos del libro y piensa: «¿Cuándo se liarán estos dos? Está claro que se han robado el corazón el uno al otro. ¡Cómo le gusta el suspense a esta escritora! Me tiene enganchadísima».
3. El Fotógrafo toma una instantánea desde la distancia. Se trata de ella. Viene aquí cada mañana, a disfrutar de un buen libro. Hace tiempo se convirtió en su musa y, desde entonces, no ha dejado de sacarle fotos. Y es que, para él, inmortalizarla a través de una imagen es lo más parecido que existe a poseer su alma.
4. El Ladrón, aprovechando que un primo está atontado mirando a una rubia, manga una cámara. Se aleja tranquilamente. Para cuando escucha los lamentos, ya está lejos. Al llegar a casa decide investigar qué hay en la tarjeta de memoria. Y, al ver una de las fotos, se le ocurre usarla en el taller de escritura que organiza.
5. El Escritor mira su móvil y ve que tiene un correo del Club Ciervo Blanco. Han colgado una nueva foto, así que tiene que pensar en algo que escribir sobre ella. Se trata de una mujer rubia sentada en la playa y leyendo un libro.
El Escritor se estruja los sesos frente la pantalla del ordenador. Entonces, como surgida de la nada, o usurpada de algún sitio, una idea desencadena una sucesión de gestos en su rostro: primero sorpresa, luego excitación, y, finalmente, ansias por escribir. Empieza a teclear compulsivamente. Al terminar, se queda mirando la palabra “FIN”.
[/section][section title=”Ángel Cruz – Eso dicen” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Ángel Cruz – Eso dicen
[br]
﹘¡Maldita idiota! ¿Pero no ves que solo puede hacerte sufrir?
Helena suspiró y golpeó con el dorso de la mano el libro que se había llevado esa mañana. Con cada página se hacía más evidente que la protagonista estaba ya perdida, aquel guaperas
solo quería beneficiársela. Suspiró y cerró los ojos, ese día el mar estaba revuelto, un persistente viento se había alojado en toda la costa.
Sentada en la arena se sentía bien, pero hoy parecía un lugar tan extraño… Soltó un resoplido. Bueno vale, otra paginita más. Encogió las piernas y dobló los dedos de los pies enterrándolos un poco en la arena. Un mechón rebelde le atacó los ojos justo al abrirlos. Con un gesto lo apartó y echó un vistazo al mar. Intranquilo, como yo. Con otro suspiro volvió a las páginas de aquella novelita romanticona.
Se atascó en uno de los párrafos, donde la tonta exponía su corazón al galán. La melodía del móvil la sacó del trance y la obligó a respirar.
﹘¿Sí? ﹘Contestó﹘… Claro… sí, sí. ¿Están todos?… Tranquilo hijo, me queda cerca… No, no me importa llegar sola.
Cuando colgó pensó que estaba bien. Luego, mientras metía la novela en el bolso y recogía sus zapatos, una estúpida lágrima resbaló por su nariz. La siguieron muchas más y se quedó
paralizada.
¿Esto qué es? Pero si hace años que no hay nada entre nosotros… no… no había… no había.
Se llevó una mano a la boca y dejó que el dolor se desbordara.
Un par de minutos y pudo rehacerse un tanto. Con un último vistazo al mar enfiló sus pasos en dirección al cementerio.
[/section][section title=”Lorena – Escriba o no” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Lorena – Escriba o no
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A pesar de sus esfuerzos para parecer neutral, como debe ser todo buen psiquiatra, aquello captó su atención. Lo noté en la expresión de su cara, que cambió casi imperceptiblemente por una milésima de segundo cuando mencioné mis sueños sobre el mar. La mayoría de las personas no lo hubiera notado pero yo no soy la mayoría de las personas. Yo soy yo. El que pasó horas y horas de su infancia mirando a la mujer que leía.
No sabría decir cuántas horas, casi todos los veranos que pasé en el pueblo de mis padres. Mientras los demás niños jugaban y se bañaban, yo simplemente fingía hacer un castillo de arena mientras la miraba. Ella se sentaba con su libro y leía. Y yo la observaba e intentaba imaginar la historia que la mantenía así, aislada de todo lo demás. Aprendí a interpretar cada gesto, cada pequeño cambio de postura, cada ligero estremecimiento. Y todos esos detalles aparentemente sin importancia me ayudaban a construir en mi imaginación la historia que ella, suponía yo, estaba leyendo en su libro.
Por eso yo detecto lo que otros no detectan. Por eso yo padezco esta enfermiza obsesión por observar a los demás. Por eso mi imaginación construye de la nada la información que me falta para comprender el mundo.
Por eso, escriba o no escriba, soy escritor.
Todo empezó allí, con la mujer que leía, y allí regresa cada noche, cuando sueño que me ahogo en el mar y me despierto sin aire y sólo puedo calmarme imaginando historias.
Por eso, escriba o no escriba, soy escritor.
[section title=”Lorena – Infinito en tres dimensiones” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Lorena – Infinito en tres dimensiones
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Tres infinitos: el horizonte, mi libro y yo.
[/section][section title=”Adrián Díaz – ¿Por qué me dices que vas a Cracovia, para que yo piense que vas a Berlín, cuando en realidad vas a Cracovia?” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Adrián Díaz Mantecón – ¿Por qué me dices que vas a Cracovia, para que yo piense que vas a Berlín, cuando en realidad vas a Cracovia?
[br]
Nunca encontraría la paz. Tensa, corriendo de un lado para otro en las calles y en su cabeza, constantemente alterada, nerviosa. Sólo quería la paz, estar en calma. Había probado mil y una formas de relajación, pero no había forma: la Paz se le escapaba.
Sentada en la playa su cabeza volaba de una idea a otra preocupada, y apenas podía concentrarse en la lectura. Se quedó dormida y soñó con una sinagoga en el barrio judío de Cracovia. En su sueño, un rabino llamado Isaac impartía las liturgias, y allí ella encontraba la Paz. Una paz incomparable. El sentimiento de sosiego se desvaneció tan rápido despertaba. “Ojalá fueran reales”, pensó, “la sinagoga y la quietud”, y lo olvidó enseguida. Mas aquella noche volvió a soñar con el templo y con el rabino. Y las noches siguientes, el mismo sueño.
Una búsqueda en Google le informó que, efectivamente, existía un barrio judío en Cracovia. La web de Ryanair le ofreció vuelos disponibles. Compró un billete. Las calles de la ciudad polaca eran como las imaginaba. Allí descubrió una sinagoga parecida a la de su sueño. Durante días exploró la zona buscando la Paz prometida, sin éxito. Su sueño le había engañado, allí no encontraría quietud.
Rondar la sinagoga llamó la atención del rabino, que una mañana se acercó y le preguntó quién era. Ella le explicó que había soñado con aquella sinagoga, ante lo que el rabino no pudo menos que reír. Era un hombre práctico, no gustaba de quimeras. “¿Un sueño?”, le dijo, “¡Qué necedad, los sueños no significan nada! Yo mismo soñé, el otro día, con una playa en un pueblo costero del sur de España, y con la lectura allí de un libro, donde la quietud y la calma me embargaban”.
Hizo las maletas una hora después. De vuelta en Cádiz, se acercó de nuevo a la playa. Se sentó en la arena. Sí, había encontrado la calma. Aquella quietud, en aquella playa. Esto era paz.
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[section title=”Esperando relatos – Esperando relatos” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]
Esperando relatos – Esperando relatos
[br]
Esperando relatos.
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[warning]Siempre puedes escribir tu relato y enviárnoslo, aunque no estuvieses en la sesión, para que sea leído e incluido en el libro recopilatorio: contacta.[/warning]