Escritura creativa: Las Obras

Taller Ciervo Blanco de ESCRITURA CREATIVA en Madrid:

1 Imagen 300 Palabras

escritura creativa ciervo blanco taller obras

Taller de escritura creativa Ciervo Blanco: Obras.

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[sections collapse=”always”] [section title=”Objetivo y Funcionamiento” tip=”Abre Para Ver Objetivos y Funcionamiento del Taller”]

  • Piensa una idea para un relato inspirándote en la fotografía presentada
  • Escribe un cuento de hasta 300 palabras basado en la imagen
  • Mándalo a adrian@ciervoblanco.club
  • Acude a nuestro encuentro en el lugar y la hora indicados
  • Durante la sesión (una o dos horas) leeremos en voz alta los relatos y votaremos al mejor de ellos
  • Además, escribiremos un microrrelato (aprox. 100 palabras) en base a otro disparador creativo

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Sesión de Escritura Creativa: Taller Literario Ciervo Blanco 160221: Obras

Cuándo: Domingo 21/02/16 a las 17:00

Dónde: Residencia de Estudiantes – C/ Pinar, 21-23 – Madrid (Gregorio Marañón)

Organizadora: Adrián Díaz

Apúntate en Meetup:

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Lista de asistentes:

Adrián Díaz (CBO)

Juan Montero

Petra Bueno

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Eva Pérez

José Cruz

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[hr] [br]

[success]GANADOR: Petra Bueno  Tutucuman [hr] SEGUNDO: Adrián Díaz ¿Cómo se lo digo? [hr]  TERCERO: (Pendiente recibir relato) [/success]

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[section title=”Miguel Ángel Sánz Burgueño: Las ilusiones solo construyen más ilusiones (Tonta teoría)” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Miguel Ángel Sánz Burgueño: Las ilusiones solo construyen más ilusiones (Tonta teoría)

[br]

Y aquí estás, como cada jueves, atendiendo al ingeniero como si fuera la persona más inteligente del mundo. Eso les encanta. Asientes constantemente y, de vez en cuando, le miras a los ojos haciéndote el asombrado, como diciendo: «Increíble, cuánto sabes». Entonces te fijas en su aspecto. Flamante traje gris. Casco de color blanco, que le hace parecer un hombre de obra. Pero, por cómo brilla el negro de sus zapatos, sabes que no es así. El tipo no para de hablar. Respecto a lo que atañe a este edificio, él posee la verdad absoluta. Tú aparentas escuchar. ¿Cuántos teóricos de la construcción habrás tenido que soportar ya? Son solo apariencia; nada más que teoría. Él calcula. Bueno, en realidad ya ni siquiera eso, ya que hay programas informáticos que lo hacen por él. Él diseña. Pues tampoco. Eso lo hace el arquitecto, que jamás pone un pie en la obra. Entonces, ¿para qué cojones está aquí este tío? Pues para tocarte los cojones a ti. Para eso está. Sin duda él creerá que es una pieza indispensable de este proyecto. Pobre iluso. Solo está aquí para dar esa imagen de marca, esa pizca de intelectualidad que brilla entre tanta mugre. Su sola presencia hace que una chapuza parezca una obra de arte. Pero la verdad es que, esté él o no, la obra sigue siendo lo que es. Su presencia no cambia nada. Bueno sí: que en lugar de estar tú haciendo algo de provecho, estás aquí, asintiendo como un idiota. ¡Vaya forma de malgastar el poco tiempo que tienes! Es igual, lo tienes asumido: parte de tu trabajo consiste en hacer que este hombre se vaya tranquilo a casa. Así que le muestras lo que quiere ver, y le dices: «Todo se hará como tú dices. Se nota que tienes experiencia. Te lo digo yo que he tratado con muchos ingenieros y casi ninguno sabe de lo que habla. Pero no es tu caso; se nota que sabes. Y mucho. Te agradezco tu ayuda. Sin ella todo sería mucho más difícil». Le estrechas la mano y sonríes mientras le das una palmada en el hombro. Acto seguido te giras sobre tus pies y, una vez que le das la espalda, entornas los ojos, suspiras, y te dispones a enfrentarte a la práctica, donde no hay lugar para tanta teoría, ni para tanta tontería.

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[section title=”Belén Casado Alcalde: Reciclados” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Belén Casado Alcalde: Reciclados

[br]

– ¡Corten! A ver, Ramiro, el público tiene que poder ver el plano, ya sabes que la gracia del momento está en que no llevas realmente un plano, sino un cartel de la función.
– Perdona, tío, es verdad.
Ramiro y David recuperan sus posiciones iniciales fuera de escena.
– Estoy hasta las narices de este déspota –le dice Ramiro a David.
– Ya, macho, pero es que ya van tres repeticiones de esta escena, te tienes que centrar un poco.
Mientras, se oye a Joaquín, el director:
– ¡Acción!
Se escucha una música alegre, y Ramiro y David entran bailando a escena. Desde fuera, varias cámaras siguen sus movimientos. Joaquín está sentado viendo la grabación en la pantalla de plasma de una de las cámaras.
En esta ocasión, Ramiro muestra el plano mientras David señala hacia arriba, haciendo el movimiento de Saturday Night Fever.
En el plano puede leerse: “Obreros rudos de la construcción reciclados a Boys” y se ve un dibujo de un hombre muy musculoso en slips.
– ¡Corten! – dice de nuevo Joaquín.- Vale, chicos, esta es válida.
Teresa ha estado observando las repeticiones de la escena. Se acerca a Ramiro, le dice:
– Menos mal, Ramiro, nos estabas poniendo nerviosos a todos.
Ramiro se queda muy serio al escuchar esto. Se quita las gafas y marcha hacia los camerinos, sin contestar. Teresa no le sigue, se queda con David, le dice:
– ¡Me has gustado mucho!
David se quita las gafas, la mira fijamente y después sonríe. Le contesta:
– Vamos a tomarnos un café.

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[section title=”Yachaq Nuna: Rayan miraba absorto” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Yachaq Nuna: Rayan miraba absorto

[br]

Rayan miraba absorto la foto del folleto.

Se imaginaba a sí mismo habitando uno de esos pisos que se construían en el centro de la ciudad. Con sus niños y su esposa. La cual no tenía. Los cuales no existían. Porque Rayan era soltero.

Se imaginaba a sí mismo viviendo en el ático. Disfrutando de vistas a toda la ciudad. En su nidito de amor para sus amantes. Las chicas de sus sueños. Despampanantes rubias y morenas. A las que no conocía a no ser que pagara por ello.

Se veía a sí mismo con sus colegas. Disfrutando de su cómodo apartamento del centro de la ciudad. Visitado por todos. A todas horas. Unos colegas que no tenía pues Ryan no era un hombre de muchas palabras. Tímido y apocado más bien, diría.

Un año faltaba. Sólo un año para que la constructora entregara los pisos que construía. Un año para reunir una suma de dinero imposible de asumir no por lo elevado de la cuantía sino porque simplemente era imposible sin tener un empleo estable.

Rayan suspiró. Y las lágrimas acudieron a su rostro. Apagó la tenue luz de la mesilla y se despidió de todos un “hasta mañana” gritado a los cuatro vientos. Sus padres y hermanos con los que vivía a pesar de su edad no contestaron.

Cerró los ojos y trató de inventar un sueño. Porque era todo cuanto tenía. Su mente, su imaginación y su esperanza para enfrentarse a la realidad del mundo que le había tocado vivir.

Y mientras veía en su mente la fotografía del folleto pidió un deseo.

A la mañana siguiente Rayan no estaba en su cama.

Sus padres fallecieron sin saber que fue de su hijo. Y sus hermanos jamás le volvieron a ver.

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[section title=”Julio S. González: Tu casco blanco” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Julio S. González: Tu casco blanco

[br]

– Buenas noches mi amor
– Hasta mañana papá. No me vas a contar un cuento hoy?
– Pero hija si son ya más de las diez y mañana tienes cole
– No tienes ganas de contarme un cuento verdad? porque estás preocupado papito?
– Es que mañana tengo una entrevista con unos señores y estoy algo nervioso
– Vas a hablar con unos señores para que te den trabajo?
– Si cariño, venga y ahora a dormir que ya es tarde
– Pero papá si no tengo sueño. Anda cuéntame más de ese trabajo que te han ofrecido.
– No se cielo, no tiene nada que ver con lo que yo solía hacer, es algo temporal, ya sabes hasta que encuentre algo de lo mío.
– Papá me gustaba mucho verte por la mañana de corbata, siempre tenías prisas por coger el coche. Si me retraso voy a pillar mucho atasco decías… mamá y yo nos levantábamos a esas horas para darte un beso. Siempre estábamos en pijama tomando las galletas y el cola-cao cuando te ibas. A veces salías de casa con esas botazas manchadas de barro, las que dejas en el tendedero de la cocina, y también con el casco blanco que yo te quitaba para jugar.
– Ya no usaré esas botas tan feas y además te compraré un casco sólo para ti…y ahora hasta mañana
– Espera papá que coja el móvil quiero enseñarte algo
– Mira, estás tan guapo aquí con tu casco. Es la foto que te hice la semana pasada cuando fuimos a llevarte esas llaves que habías olvidado en casa con las prisas…

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[section title=”Eduardo Ventura González Cabañes: Playmobil” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Eduardo Ventura González Cabañes: Playmobil

[br]

Allí estaban aquellos dos hombres de playmóbil oliéndose mutuamente, despreciándose, como imanes que se repelen, y sin embargo ahí estaban sin poder moverse. Sin poder mostrar su cara de asco. Pero todo lo que no sucede por fuera sucede por dentro. En su vida anterior, jugando a indios y vaqueros, el que ahora viste con traje y aires de autoridad había sido mutilado de piernas y brazos, y colgado en el salón de la casa del hombre que ahora tenía a su lado. Su mujer también había sido condenada a trabajar en la misma casa como criada, y entre las tareas domésticas de cada día tenía que pasarle el polvo a la cabeza de su marido, sin mostrar ninguna diferencia, ningún gesto de memoria, y todo lo que no pasaba por fuera pasaba por dentro, y dentro se le caían las lágrimas de arriba abajo y de abajo arriba. Él se hubiera muerto porque su mujer no lo viera humillado así, pero los hombres de playmóbil no pueden morirse y resucitar cuando les da la gana. Y ahora no le quedaba más remedio que permanecer junto a ese hombre, como dos trabajadores de la misma obra.

Victor tenía unos años más de lo considerado normal para seguir jugando con muñecos, pero no se acordaba ya de eso. Absorto en su mundo de playmóbil y en lo que pensaban sus personajes, en su habitación, nadie le podía ver, ni se acordaba de nada. No se acordaba de que su profesor había bromeado delante de toda la clase sobre sus respuestas en el examen, su madre no le preguntaba por qué no bajaba a la calle a jugar con los otros niños, ni donde se había hecho aquellas heridas en el cuello. No pasaba nada dentro de él, por si alguien le preguntaba. Y todo lo que no pasaba por dentro pasaba por fuera.

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[section title=”Juan J. Montero: John, Jack y las habichuelas mágicas” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Juan J. Montero: John, Jack y las habichuelas mágicas

[br]

–        John, ¿Qué hace esa planta de habichuelas gigante todavía sin cortar? Debemos inaugurar el Centro Comercial a finales de mayo. Toda esa zona debería estar ya cubierta de hormigón.

–        Señor Ramírez, mire los planos, no es necesario talarla. Además, Jack ha subido por ella hasta la casa del ogro. Imagino que está esperando a que se duerma para poder escapar. En cuanto el ogro cierre los ojos Jack bajará y el mismo la cortará. Sólo serán unos días.

–        Me da igual lo que pase a Jack, que salte en paracaídas si quiere. Quitando esa maldita planta podremos construir 30 o 40 plazas de aparcamiento más. Y debemos hacerlo ya.

–        Pero Señor Ramírez, sólo tenemos que esperar a que baje Jack. Su familia lo está pasando mal, son pobres. Les quedaba una vaca y la han vendido. Él les salvará con los tesoros de la casa del ogro.

–        Te he dicho que la quites. Si mañana sigue ahí, tendré que despedirte.

–        Lo siento de verdad, pero no puedo talarla. Jack y las habichuelas mágicas es la fábula que les cuento a mis hijos cada noche.

Ese día, al salir del trabajo, John no fue directamente a casa, sino que dio un largo paseo antes de volver. Cuando llegó sus hijos ya estaban acostados,  aún permanecían despiertos. John se sentó en una silla entre las dos camas. Se disponía a contarles el cuento de Caperucita Roja cuando el mayor le interrumpió con una pregunta:

–        Papa, en el Centro Comercial nuevo, ¿vas a poner columpios de plástico o de metal? Mamá me ha dicho que los de metal duran más, pero que los de plástico, en el invierno, me darán menos frío en el culete.

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[section title=”Luis García: El señor Martínez de la Riba de Colón” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Luis García: El señor Martínez de la Riba de Colón

[br]

El señor Martinez de la Riba de Colón era un apasionado de la edificación, un fuera de serie en su trabajo. Aunque también un poco rarito por sus aficiones y manías, todo hay que decirlo. Lo malo o lo bueno,era  que ninguno confiabamos en él y tampoco sentíamos devoción por su persona. Tenía sangre de conquistador en las venas. Cristóbal Colón era antepasado suyo. Por eso siempre que salía a comprar materiales con su cuadrilla solía tardar una media de cinco meses en regresar, y por si fuera poco siempre venía con su equipo mermado. En su último viaje salieron cinco personas a por azulejos y volvieron sólo dos. Nos contó que había sido por culpa de la malaria. Al principio cuando no conocía la historia, pensaba que la Malaría era una prostituta que asesinaba en serie, pero nada más lejos de la realidad, el asesino en serie era él. Al final terminé entendiendo que el señor de la Riba estaba un poco chalado, sobretodo desde un día que entré en su despacho y vi todas las paredes forradas con pósters suyos en postura de gran descubridor, señalando el Nuevo Mundo, con el brazo levantado, como su tatarataratabuelo Cristóbal.

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[section title=”Enrique Fuentes: Hasta el infinito y más allá” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Enrique Fuentes: Hasta el infinito y más allá

[br]

Una mañana de primavera, al fondo unos naranjales y más allá el azul del mar, que entre una calima desdibuja su separación con el cielo, el sol brilla radiante.
.-¿Ves aquellos árboles?
.-Si, son bonitos.
.-¡Eran bonitos!
.-Pero yo los veo ahora.
.-Creo que te equivocas arquitecto. Solo son el vestigio de un pasado. Esos árboles ya no existen, serán cubiertos por chalets adosados y bloques de apartamentos. Más de mil. “La mirada del rey” se llamará esa impresionante promoción.
.-En esos naranjales corría yo cuando era pequeño.
.-¿Y, dónde crees que yo me tiré a mi primera novia?
Levantó una mano, y como si del mismísimo almirante de la Mar Océana se tratara, lanzó una predicción cargada de soberbia.
.-Ves aquella superficie azul. Pues pronto será gris, de ese gris del triunfo, de ese gris que significa oro, de ese gris hormigón que tapará ese azul decadente.
.-Pero Don Ceferino. ¡Cubrir el mar! ¿No es un tanto arrogante?
La mirada de aquel emperador del hormigón cayó sobre el arquitecto como si de un rayo de Zeus Olímpico se tratara.
.-¿Tú, quieres participar del futuro o deseas ser un trasto arrumbado en el olvido del fracaso?
Ante esta pregunta brutal, directa, pesada como el hormigón bajo el que aquel hombre pensaba sepultar el mar, el arquitecto suspendió su discurso. Agachó la cabeza y se sintió radiografiado por la mirada perdida en el horizonte que mantenía Don Ceferino.
Aquellos naranjales eran su niñez, aquel mar su juventud y todo aquello era su vida. Pero tenía dos hijos, una hipoteca y un BMW con letras por pagar.
.-Don Ceferino: Es usted un visionario. Realmente, ¿para qué queremos naranjas si tenemos Juver? ¿Para qué queremos mar si la urbanización tendrá piscinas?
.- Me alegra comprobar que tengo un fiel colaborador en ti, arquitecto.

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[section title=”Jean Claude: Entonces si te he pillado” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Jean Claude: Entonces si te he pillado

[br]

– Entonces si te he pillado, ¿Esta es la puerta de acceso de los empleados?
– Si, y mira el plano. La caja fuerte está en esta habitación. Es de apertura retardada y la chica rubia mona es la primera que entra. Nunca después de las 8h00. Antes se toma un café en el bareto que ves al lado del banco. El julaï ha dicho que la caja se abre automáticamente a las 8h30. Entonces entrar cogido del brazo de la rubita, quitar la alarma y estar quieto 30 minutos. Ahí trincamos la pasta. Ni tiros, ni hostias. Mejor pa’ todos.
– ¿sospechan que vigilamos?
– Imposible, soy un obrero más. Aquí entre camioneros y obreros, pasarán por lo menos 200 personas cada día. ¿Cómo te vas a fijar? Una vez el capataz me preguntó que cojones hacía aquí, le contesté en rumano “chúpamela”. No se enteró y pasó.
– Jajajaja, Es verdad que tu mujer es rumana. ¿Qué tal va?
– Bien, otra vez embarazada.
– ¡No paras semental!
– Pues más bocas para comer. ¡Necesito pasta!
– No te preocupes, con tu parte, vas a poder comprar 3 pisos de los que construyes, jajajaja.
– Pufff, paso. Con el ruido de la obra, estoy con la cabeza hecha un bombo. Y el casco me aprieta las neuronas. ¡Cuando pienso que antes de esta mierda de crisis era albañil! ¡Como para comprarme un piso de estos!
– ¿Pero no dicen siempre que el ladrón siempre vuelve a la escena del crimen? Tú abriendo las cortinas lo verás todos los días.
– Jajaja. Eres un cachondo.
– Bueno, te dejo, sigue vigilando, cualquier cosa llamas. Creo que lo haremos el martes. Te sienta bien el uniforme. Pareces un mandamás.
– Vete a tomar por culo. Espero que mejor que el traje del penal, jajaja.

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[section title=”Marta Pato: Clara busca chico” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Marta Pato: Clara busca chico

[br]

Clara soñó con ondas gravitacionales. Ondulaciones concéntricas resultado del impacto en fusión con el otro. Los dos jugaban a estirar y encoger la curvatura del espacio-tiempo. Algo parecido al Nirvana.

Al despertar, era mañana fría de un febrero bisiesto. Su primer pensamiento estaba decidido a desvelar los misterios del Universo. Acababa de mudarse a un ático con terraza en pleno centro. Este sueño sí se hizo realidad. Se sentó en la cama y comenzó a teclear a la velocidad de la luz en un portal de búsqueda de pareja. Albert Einstein impulsó su imaginación sin límites.

Ojos verdes. Atractivo. Cachas. De 40 a 50. Más de metro ochenta. Sin barriga. Con pelo. Imprescindible. Pelo rubio, moreno, pelirrojo o cano por encima de la frente hasta la nuca. Inteligente. Que me conquiste por el cerebro y por el humor. Alguien con quien conversar de todos los temas. De los míos primero, para variar. Que me haga reir pero sin pasarse. Abstenerse titiriteros. No vaya a ser que nos encarcelen y adiós sueño. Quiero alegría. Mucha alegría. Y sexo. Del bueno. Que el sexo mejore, aún más, después de la conquista y del enamoramiento. Que sea innovador. De mente abierta para discutir con madurez nuestras diferencias, sobre todo las emocionales, que son las que importan. Creativo. Viajero. Sincero. Sensible. Buena persona. Que le guste bailar. Que sepa italiano. Que no me necesite, ni sea dependendiente, pero que se entregue. Que no quiera cambiarme y que no espere de mí nada más que lo que soy. No hay problema si no le gustan las tareas domésticas, excepto cocinar. Mis bragas ya las recogo yo.

Suspiró y en voz alta pronunció las primeras palabras del día:

– Pues ya está. A ver qué sale.

Envió. Click. Cero coincidencias.

Las redes en internet son más misteriosas que el Universo. No quiso borrar nada de lo escrito. Ofrecía lo que pedía y pedía lo que quería. En espera del Nirvana, se sentó en postura delante del muro de su nuevo hogar al más puro estilo Zen. Entrenada con paciencia en el arte de la observación dejó de ser marioneta de portales de citas. Entonces el muro abrió una puerta. Entró. Tras el umbral un agujero negro cumplía todos sus requisitos. Chocó con él.

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[section title=”Almudena Toledano Hernández: ¡Sí señor!” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Almudena Toledano Hernández: ¡Sí señor!

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-!Sí señor! esta sí que es una magnífica obra de ingenería de construcción !Qué pilares de hormigón! Vamos, que ni un terremoto de los grandes los derriba.

¿Y la altura que tiene?Veintidós plantas. Aunque las medidas de seguridad, entre tú y yo, dejan algo que desear. Hace un rato vi a uno de los obreros trabajando en el penúltimo piso sin el arnés ¿Y si se cayera? Luego a llorar…

El operario asentía mirando al frente con el plano entre las manos.

-Lo cierto es que tampoco llevan un ritmo frenético de trabajo. Casi un año ya y aún no han acabado. A mí me prometieron que en diez meses…

!Bueno, cuando lo acabe será fabuloso! !Las dimensiones inmejorables, las vistas estupendas!

La mayoría de los pisos tendrán orientación al Sur y esto se agradecerá (en esta zona el viento norteño es frío). Los ventanales son amplios y entrará el solecito.

!Y todos los pisos domotizados! Con aire acondicionado, mandos de luz…

El obrero hizo amago de irse, y al percatarse de ello, su interlocutor se anticipó:

-¿Qué hora es? -miró de soslayo su reloj- y con gesto urgente se fue, no sin antes despedirse.

“El constructor”, así lo llamaban los parroquianos de su barrio, se alejó unos doscientos metros, se paró de repente y comenzó a hurgar entre los setos de un jardín. Sacó una vieja bolsa de lona con letras rojas desgastadas y se dirigió hacia una tasca en la acera de enfrente, “Casa Marccelino”, rezaba una cartel situado encima del establecimiento. Ya dentro, saludo con la cabeza gacha.

-¿Se puede, Marce?

El camarero, que respondía al nombre, siguió sirviendo un chato de tinto a un cliente y asintió. El constructor entró en el aseo y, tras unos diez minutos, salió vestido con un viejo chandal gris, sin goma en el pantalón y lleno de manchas de diversa procedencia.

-Gracias, Marce. Hasta mañana.

-Hasta mañana, Paco.

-¿Y éste? Preguntó el cliente que sorbía el chato con lentitud.

-¡Pobre hombre¡Hace años peridó su trabajo, luego su casa y, finalmente, la única familia que tenía; su esposa Pilar. Desde entonces duerme en ese banco de ahí. Dicen que está mal…no razona.

El constructor se tumbó en el banco y se cubrió con una vieja manta de cuadros, que estiró hacia su derecha como si cubriera a alguien más. Antes de dormirse, atisbó en la oscuridad el esqueleto del edificio:

-¡Ay, Pilar¡ Hoy he estado allí. Han avanzado mucho. Van lentos, sí, pero cuando acaben Pilar ¡qué bien va a queda nuestro nuevo piso!

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[section title=”Javier González: Donde hay patrón” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Javier González: Donde hay patrón

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– ¿Allí?

– Allí.

– Pero… ¿Allí?

– Allí, allí.

– Allí no va a poder ser.

Benito le entregó los planos al arquitecto y aprovechó que tenía las manos libres para ajustarse los pantalones a la cintura, pues con la presión de la fecha de entrega había perdido unos kilos en las últimas semanas y toda la ropa le quedaba ahora un poco grande.

– Coño, Benito… ¿Cómo que allí no va a poder ser?

A Benito no le gustaba el arquitecto. No le gustaba la forma tan pedante con la que se refería a “sus creaciones”, ni su manera de dar órdenes, paternalista y deshumanizada al mismo tiempo, tan típica de alguien que se ha criado en una familia con posibles y que tantas veces Benito vio de niño en la casa donde su madre trabajaba como asistenta. Tampoco le gustaban sus trajes de dos mil euros, y menos todavía aquél perfume tan dulzón – “de autor”, decía el lechuguino que era – que saturaba el aire a varios metros alrededor suyo.

– Como que no. Allí no podemos meter el drenaje porque…

– Ni porque, ni porca, Benito; aquí el arquitecto soy yo. Sería lo último, vamos: el mundo al revés. Mete el drenaje por aquél conducto, te digo, que lo ha abierto el Ayuntamiento para darnos servicio de alcantarillado.

– ¿Por allí, entonces?

– Por allí, Benito, por allí.

– Muy bien.

Sin una palabra más, el jefe de obra se dio la vuelta para dirigirse a la caseta, donde asignaría a un par de obreros la tarea de llevar el drenaje de aguas subterráneas del edificio que estaban construyendo hasta el conducto que había abierto el Ayuntamiento para dar servicio de… energía eléctrica.

Dicen que donde hay patrón no manda marinero; en cualquier caso, aquel día Benito disfrutó viendo cómo caía la luz en un par de kilómetros a la redonda. El arquitecto nunca se responsabilizó de aquello frente a la constructora o el Alcalde; Benito estaba seguro de que le echó las culpas a él. Pero, al menos, el lechuguino no apareció por allí en los quince días siguientes.

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[section title=”Ana Belén García Castro: Las vacaciones eternas en Paco’s” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Ana Belén García Castro: Las vacaciones eternas en Paco’s

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– ¿De cuántas plantas estamos hablando?
– Treinta y siete.
– Grandioso…. Le pienso poner mi nombre, ¿sabes? Allí, en lo alto, en el cielo, podrá leerse
“Paco’s holydays”.
Paco y el arquitecto sostienen el mapa frente al horizonte todavía vacío. Con su mente traslada la estructura dibujada con líneas rectas al descampado: empieza por la planta baja, imagina puertas giratorias que dan acceso a un recibidor con botones complacientes, suelo de mármol brillante, recepcionistas sonrientes, vegetación exótica en las esquinas, fuentes y ventanales. Sigue subiendo y va construyendo escalones en el cielo raso. Dispone las plantas una encima de la otra, pasa rápidamente por todos los pisos; se queda embobado con la cabeza mirando hacia arriba y la vista perdida en una nubecilla gris que ocupa ahora el espacio de la futura planta treinta y siete.
– ¿Cuántos metros serán?
– Ciento dos desde los cimientos hasta la última arista del ático.
– Con un perímetro de…
– Trescientos cincuenta metros cuadrados.
– Veo que habéis añadido cuatro metros más de margen al rededor de la base, ¿verdad? –
Paco dibuja el contorno de la superficie con su dedo índice en el mapa, una línea de puntos rodea el gráfico que representa la planta baja.
– Sí, es la zona de seguridad. Estará rodeada por una mampara de insonorización traslúcida de dos metros de altura y los materiales del suelo serán bastante deslizantes. Además
estará conectada con un foso y custodiada por personal cualificado, una persona en cada esquina, durante las veinticuatro horas.
– ¡Qué atentos! No se os escapa un detalle.
– Esperamos bastante afluencia; este será el punto más alto de la ciudad que está a punto de desarrollarse en este pueblucho.
– Desde luego que lo será. Tenemos que pensar en todo el público potencial posible. Ya imagino todas las habitaciones de la última planta reservadas, pago por adelantado por
supuesto. Serán habitaciones simples, pequeñas, para una sola persona, alguien que acabará en algún momento del día chocándose con ese suelo frío que le espera.
– Si yo quisiera suicidarme acudiría aquí sin duda.
– Claro que sí hombre, ¡está todo pensado! Pero espera a que termine la obra y luego ya te lo piensas, jajaja. Por cierto, ¿tenéis datos de la tasa de suicidios de la zona?
– Sí… es algo que irá surgiendo con el desarrollo de la ciudad, no te preocupes.
– ¿A qué te refieres?
– En este pueblecito todavía no saben lo que es suicidarse.

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[section title=”Pilar Velilla: Sustitución” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Pilar Velilla: Sustitución

[br]

Estaba disfrutando de mi séptimo sueño cuando mi hermano Paco me llamó a las 7 de la mañana. Perezosamente me restregué los ojos, arrastré las legañas matutinas y traté de enfocar la vista para ver en la pantalla del móvil que se trataba de él. –“¿Pero qué horas son estas de llamar?- le grité. Sin embargo, su tono de voz me dejó preocupado – “Tienes que hacerte pasar por mi en la Obra” – dijo sin darme tiempo a reaccionar –“Hoy viene el inspector de riesgos laborales y estoy con neumonía en casa, el médico me ha dicho que ni se me ocurra levantarme. Pero si no estoy allí, me despedirán, y después de tres años en el paro, sabes que no puedo permitírmelo-.

Yo también estaba desempleado y entendía los problemas por los que había pasado Paco. No tuvo que rogarme mucho, me duché y me acerqué a su casa para que me diera las instrucciones precisas que me permitieran hacerme pasar por él, pues el disfraz lo tenía desde el mismo instante en que nacimos, con dos minutos de diferencia.

Con un nudo en la garganta me presenté ante el señor Inspector, que tomó los planos y me preguntó en qué zona queríamos ubicar las nuevas casetas de obra donde los operarios descansaban. Viéndome dudar, me compelió con bastante mal genio a que le contestara, y le señalé un hueco que había al otro lado del edificio de obra.

  • ¿Ahí?¿Está seguro?-
  • Por supuesto señor, no hay lugar mejor, ¿no cree? – Titubeé.

Me miró con cara de pocos amigos, apuntó unas cuantas palabras en el acta de inspección y me volvió a mirar:

  • Muy bien señor Gómez, ubiquemos a los operarios a comer en el antiguo cauce del río, a ver si hay suerte, se desborda y de paso se pueden dar un bañito.
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[section title=”Juan Groch: Emprendimientos” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Juan Groch: Emprendimientos

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Que vaya a ser yo el responsable del andamiaje y la ferraya de los nuevos enprendimientos que envestiment asosiation empezará a construir la semana posterior al día de todos los santos en la costa lusitana. Que me toque a mí y ahora que me encuentro abrazando la causa sindical con tantas cosas pendiente, parece una ácida burla del destino, una penita de dios con la que no contaba.
Si hubiera sido hace un tiempo, antes de lo que pasamos con Yolanda y los chicos quizás lo habría encajado mejor, no sé, de otro modo, incluso a lo mejor me hubiera hecho ilusión. Pero ahora que con la crisis, la vida nos ha golpeado tanto y nos planteamos una vida más tranquila…Que me lo digan ahora, esos cabrones…Es que se proponen terminar conmigo borrándome del mapa?. Y se lo tuve que decir a Ramón a la salida del curro.
Con la mitad, sólo con la mitad de nuestro empuje teníamos planeado acceder a una casita en el campo, un lugar no muy lejos de Madrid con una huerta y unos pocos animales que nos permitiera salir adelante. Yo me dedicaría a los trabajos del campito mientras Yolanda llevaría sus costuras y se dedicaría mas a los niños que irían a un colegio distante a unos kilómetros pero para los que un autobús los recogería a las ocho y los traería de vuelta a las dos de la tarde. Ellos están en una edad donde el campo, los animales y una mascota les harái mucha ilusión. Mira que nos lo han pedido…
Y con esta noticia tengo que acelerar o renunciar a ese proyecto. Necesitamos el dinero para encararlo. No se lo que voy a hacer, creo que debería darme más tiempo por todo lo que está en juego y antes de que los nervios se me suban a la cabeza. Pensarlo con más calma…después de todo es el proyecto de nuestras vidas. El más emprendimiento más personal.

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[section title=”Cristina MR: El meteorito rebelde” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Cristina MR: El meteorito rebelde

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¿Alguien se ha parado a pensar por qué los meteoritos siempre caen en campos deshabitados y zonas rurales en medio de ninguna parte? ¿Hay alguna razón para que sistemáticamente sean encontrados por un pastor y casi nunca se vean hasta que ya han caído? Yo no tengo la respuesta a esto, pero sí estoy seguro de una cosa: “En martes ni te cases, ni te embarques”.
Justo eso pensé cuando Lucía decidió que el martes, 15 de julio, era un bonito día para celebrar nuestra boda. Fue cuando se casaron sus padres y llevaban ya 55 años juntos. Supersticiones aparte, eso era una buena señal. No obstante, a mí me parecía una opción matemáticamente arriesgada, me refiero a la de tentar doblemente al refranero: contraer matrimonio y marcharte de crucero un martes te daba opción doble de cagarla. Anoté la fecha en mi agenda y puse cara de “no pasa nada” hasta que llegó el gran día.
Ese 15 de julio las chicharras no callaban. Había conseguido embutirme en un traje completo, con su chaleco y todo, y eso me situaba en un nivel de sacrificio similar a bailar sobre tacones imposibles y llevar un vestido opresor durante una jornada completa.
Ese 15 de julio, Paquito, el capataz de la obra Sanchinarro III, no se había enterado de que era el día de mi boda y, por tanto, no me tocaba trabajar. En el teléfono su voz parecía angustiada: “Necesito que venga ahora o no podemos avanzar con el proyecto”
Me queda cerca- pensé- serán cinco minutos y de ahí me voy a la iglesia.
¡Quién me iba a decir a mí ese martes 15 de julio, que Paquito y un meteorito rebelde serían las últimas imágenes que iba a ver en mi vida!

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[section title=”Petra Bueno: Tutucuman” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Petra Bueno: Tutucuman

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A pesar de lo complicado que es implantarse en países en vías de desarrollo todo iba saliendo segun lo planeado. Algunos retrasos pesarosos y otras demoras hirientes nos obligaron a hinchar las comisiones; la espera desespera decían los accionistas y Don Cayetano añadía  “pero un buen sobre el plazo altera”. De los consejeros solo el había venido a visitar las obras. Le miraba y lo veia encantando, visualizando la enorme rotonda que iba brotando en el centro de la ciudad y el futuro asfaltado de las principales vías de Tutucuman, nombre que en lenguaje cuozteca significa la ciudad de las aguilas. Secó su sudor con el pañuelo de Chanel y dijo: Ya se acostumbrarán estos indianos a llevar zapatos cuando el asfalto se caliente. Los tutucumaneros entre cabras, carros y puestos de fruta no entendían qué era aquella enorme mole que hacían crecer esos pálidos en el centro de su ciudad, asi que se santiguaban y se encomendaban a su diosito, y al venerable D. Yumaya Corrompo, alcalde electo y antiguo indio pobre, para su amparo y protección.

Yumaya sería uno de los inquilinos de las torres de pisos que, al mismo tiempo nuestra empresa, Torrobo SA, estaba levantando en la rural urbe. Por obra y gracia de nuestra directiva el ático sería para Yumaya, adaliz de la prosperidad y de un futuro mejor para Tutucuman y su gente.

Mirando planos andaba con D. Cayetano cuando él mismo a grito pelado me distrajo de mi concentración para observar la enorme masa gris oscura de nubes y viento que, formando un gigantesco remolino, venía directa al centro de Tutucuman, absorviendo todo a su paso. Me parecio ver dentro de el una figura de águila gigante y eso me sumió en un profundo terror. Miré a mi alrededor y ni un indiano había, D. Cayetano corrió hacia la obra para refugiarse en el bloque casi terminado, se le olvidó que habíamos decidido ahorrar en los costes del hormigón para mayor beneficio.. Yo fui hacía las cuevas donde vi correr a mis trabajadores. Estruendos monstruosos dejaron la ciudad sucia, polvorienta, y con su incipiente prosperidad hecha toneladas de puro ripio, bajo el que quedó el pobre D. Cayetano, imposible sacarle sin medios. La mañana en que abandoné Tutucuman se me acercó una señora ofreciéndome piña,  con un pañuelo Chanel a modo gorra sobre su cabeza.

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[section title=”Natalie Gerich Brabson: He estado trabajando en el nuevo edificio” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Natalie Gerich Brabson: He estado trabajando en el nuevo edificio

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He estado trabajando en el nuevo edificio en la Avenida Molière desde el primer mes de construcción. Primero trabajaba en la planta baja cuando era la única, y me subí cada vez que pudiera hasta que encontrara la oficina perfecta en la decimoctava planta.

 

Trabajaba como diseñador de cortinas. No estaba empleado pero seguía trabajando. Me mudaba de oficina a oficina en edificios inacabados hasta que alguien me encontrara. Como necesitaba una luz brillante para filtrar, buscaba oficinas cerca del lago que enfrentaran al oeste: por la tarde, el sol se reflejaba en el agua y producía la luz perfecta para ver la calidad de mis cortinas.

 

Un día, estaba con mi diseño favorito: unas cortinas de pana. Eran un azul oscuro que agregaba al peso de la tela. Las admiré; mi cielo antes de la madrugada, mi mar revuelto después de la tormenta.

 

Escuché una tos, y me di vuelta. Era un obrero. Le pide que no llamara a la policía; me pidió lo mismo.

 

Miré su casco. Era amarillo; los otros obreros trabajando allí tenían unos verdes.

 

“¿No trabajas aquí, verdad?”

 

Sacudió la cabeza.

 

“¿Cómo me descubriste?”

 

“Por las cortinas.” Como si no hubiera pasado nada, me echó un casco blanco. “Toma. Debes llevarlo en cualquier edificio inacabado… Para que sepas, hoy pondrán las alarmas. Debemos bajarnos inmediatamente.”

 

Afuera, saqué mi mapa. Como sabía que tendría que mudarme al final, siempre llevaba un mapa del centro, la zona de la ciudad todavía en expansión. “Fíjate,” le dije. “Conozco un edificio nuevísimo solo tres manzanas desde aquí. Podríamos trabajar un rato antes de que nos descubran.”

 

Comparamos el mapa con la vista, y localizamos la dirección general. No pudimos ver el edificio a través de todos los rascacielos, pero estábamos acostumbrados a tener direcciones sin promesa de tesoro.

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[section title=”María José BP: Pista” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

María José BP: Pista

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—Está mintiendo. Lo sé.
—No tenemos cómo probarlo. Todo calza. Tiene una coartada para todo. Ha procurado cubrirse muy bien las espaldas. No es un novato. —La voz del oficial estaba marcada por un tono de desesperación.
—Es verdad. Pero todos cometen errores —aseguró la detective mientras sus ojos inquisidores recorrían cada centímetro de la oficina del imputado—. Y esta no será la excepción. Este hijoputa no se saldrá con la suya.
La agente Fernández continuaba observando cada detalle de la habitación como si estuviera saboreando y digiriendo lentamente los diplomas y pinturas que colgaban de la pared, los documentos dispersos sobre el escritorio, los libros de la estantería, las fotografías de la esposa, los hijos…
—¡Esto es! —Gritó Fernández sobresaltando al oficial que en ese momento miraba la vista que había desde el piso 22—. ¡Esto es!
—¿Qué? ¿Qué has encontrado? —dijo el oficial acercándose a la detective.
—¿No lo ves? —inquirió ella sosteniendo el portarretratos—. Esta fotografía es de archivo. Estoy segura que aparece en el anuncio de un banco o algo así. La he visto antes. Ninguno de estos mal nacidos ha trabajado un día de sus vidas en la construcción. Todo es una fachada mal diseñada, al igual que los edificios que han ido dejando a medio construir a lo largo del país. ¡Esto es! Esta es la hebra que tenemos que jalar para lograr que paguen por toda la pasta que se han robado.

[/section] [section title=”Fernando Pascual Chorro: El rascacielos” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Fernando Pascual Chorro: El rascacielos

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Subió los últimos escalones que daban acceso a la azotea. Caminó hasta el borde del edificio y miró el inmenso vacío a sus pies. Aquella vez no sintió miedo, a pesar de que siempre le dieron vértigo las alturas. Allá a lo lejos casi se podía ver la costa de África. Abajo, apenas podía reconocer el paisaje donde antes estuvo su casa y su barca, junto de la playa que ahora ocupaba el aparcamiento y el puerto deportivo de la mayor inversión inmobiliaria de la costa sur de Europa, en el corazón de la reserva natural más codiciada por la especulación
urbanística sin escrúpulos.

Desde la altura de la azotea le llegaba el bullicio de la fiesta donde se celebraba la coronación de la última planta del rascacielos. Al helicóptero que esperaba junto al edificio subieron el
presidente del gobierno y la presidenta de la comunidad junto al juez que instruyó la causa que desestimó las demandas de vecinos y grupos ecologistas, y los directores de la inmobiliaria y el banco promotores del proyecto. Cuando el helicóptero elevó el vuelo, Miguel dio un paso adelante dejándose caer al vacío, fundiéndose con una ráfaga de aire que se transformó en un viento huracanado que hizo zozobrar al helicóptero y estrellarse contra la base del rascacielos, provocando una inmensa bola de fuego.

-¡Mi casa, quiero ir a mi casa! –gritó el anciano en su butaca al despertar de su sueño.

-Miguel, ya está usted con lo mismo, –le reprochó tajante y áspera una de las monjas que lo cuidaban –ahora esta es su casa.

-¡No! ¡Esta no es mi casa! –Gritó de nuevo –Mí casa está junto al mar y allí tengo mi barca con la que me voy a ir a pescar.

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[section title=”Adrián Díaz Mantecón: ¿Cómo se lo digo?” tip=”Abre Para Leer Los Textos De Nuestros Escritores”]

Adrián Díaz Mantecón: ¿Cómo se lo digo?

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No puede saberlo, seguro que no. No se lo imaginaría nunca. Él no, que tanto anima a su Atleti, que constantemente habla de mujeres, que le gustan los toros. No puede haberse dado cuenta. Si sólo se fijara en mí. Un poco, nada más. Si me mirara, a veces, como le miro yo. Si sintiera lo que siento yo cuando le tengo cerca. Si al mirar los planos el uno al lado del otro se frustrara impotente al arderle las mejillas y apelotonársele la sangre en el cerebro, como si se llenaran de impulso las venas de la cabeza y por primera vez latieran hambrientas de más cercanía. Si esa misma sangre intensa bajara por la garganta tiñendo el cuello de rojo escarlata, palpitando, y se entretuviera en el pecho unos instantes, como un masaje de rubor que acariciara la vergüenza, y se plantara en el estómago del arquitecto, como en el mío, con la resolución de la sed que no puede colmarse con agua. Si su entrepierna, repleta de vida propia, se moviera involuntaria al tenerme cerca, y notara él su miembro cada vez más duro por la misma sangre que latía segundos atrás arrebolada en la cabeza. Si él supiera mientras trabaja conmigo en la obra, si este lector del Marca que votó a Ciudadanos y es católico intransigente, entendiera. Pero, ¿cómo se lo digo, cómo le explico que estoy enamorado de él?

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[warning]Siempre puedes escribir tu relato y enviárnoslo, aunque no estuvieses en la sesión, para que sea leído e incluido en el libro recopilatorio: contacta.[/warning]

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